Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

miguelangelguelmi.escribe.narramos14@blogger.com



En el "asunto" de tu correo escribe el título de tu composición, tu nombre y, si lo deseas, tu lugar de residencia. Ejemplo:





La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



Por último, escribe o pega el texto en el cuerpo del mensaje.



¡Y RECUERDA! Cuida la ortografía y los signos de puntuación.



¡BIENVENIDOS!

''La voz del oleaje''. Paula C.R. Gran Canaria.

Ágora era una chica de 16 años un tanto introvertida. Vivía dentro de sus propios pensamientos, y de esa forma ella se sentía segura.

No le gustaba relacionarse con los demás, los cuales le resultaban espectros que entraban y salían de su entorno como fantasmas, sin dejar si quiera un pequeño recuerdo dentro de la memoria de ágora.

En su mente solo existía ella, su amiga la conciencia, y un pequeño teatro imaginario que ella misma había construido y que poco a poco, le había regalado –desgraciadamente- , una serie de telones grandes, gruesos, y oscuros que ella misma había ido aceptando ingenuamente, sin saber que estos no le traerían más que tristeza, dolor, soledad, y sobretodo, ignorancia.

No sabía todas las maravillas y todo el color que había detrás de esos telones que la eclipsaban y no le dejaban ver la hermosa vida que tenia ante sus ojos, y esa misma que Ágora había despreciado, gracias a los problemas del pasado no olvidado.

Detrás de todos esos prejuicios y esa terrible cruz que no la dejaba vivir como los demás chicos de su edad, se encontraba una chica sensible, tenaz, y comprensiva, y hace exactamente un año, Ágora fue una chica que sabía apreciar las buenas cosas de la vida, como pasear por la playa con su adorable madre, mientras bebían una refrescante y sabrosa lata de Kas, su bebida favorita, ir al campo en un tarde soleada, para simplemente tumbarse entre los girasoles y contemplar el cielo anaranjado, bailar bajo la lluvia…

5 de abril de 2008.

La imagen del Sol entre los dos riscos, escondido como un niño travieso con ansias de juego, apuntaba las 7 de la mañana. Ágora, como todos los días después de la ida de su madre, daba su primer paso sobre la mojada y rubia arena de la playa y le encantó la sensación de frescor que ésta le produjo en la planta del pie.

No abandonaba el agobiante deseo de oír la voz de su madre entre el vaivén de las melódicas olas que la llenaban de paz y bienestar, diciéndole que ya había vuelto de su largo viaje alrededor del mundo, y esta vez venía para quedarse definitivamente.

[…]




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